• La serie de HBO maneja con maestría el tiempo y el espacio para contar un drama desolador.

Está contento Fernando Aramburu con la adaptación de su novela que ha hecho Aitor Gabilondo para convertirla en una serie de ocho capítulos que han dirigido Félix Viscarret y Óscar Pedraza. Se entiende su satisfacción, porque Gabilondo ha guionizado la novela con mucho talento y la realización es muy acertada.

Al respetar la deconstrucción temporal del relato, que es pieza clave en la obra de Aramburu, la serie logra una intensidad emocional y una arquitectura dramática de los conflictos interiores verdaderamente brillante. Las pegas que podrían ponerse al recurrente enconamiento de los dos personajes protagonistas, Bittori y Miren, significarían no entender la esencia de la novela, que es el tiempo, el paso del tiempo, cómo corre el tiempo para cada personaje, en su horno interior siempre encendido.

Tiene Patria un manejo del tiempo excepcional. Porque el tiempo pasa de manera distinta para los personajes de dos familias atrapadas, encalladas en el naufragio de un pueblo en el que se ha odiado con tanto empeño y fervor que han convertido el odio y el racismo en el oleaje perpetuo de una secta pagana e incansable que aniquila con tiros en la nuca y haciendo el vacío, como el que sale a comprar el pan.

La historia maneja las relaciones de los nueve personajes (los cuatro y los cuatro con uno haciendo de bisagra) con una precisión llamativa porque todo, hasta cada objeto (desde una vajilla Duralex a un visillo, una figurita de Lladró, una nevera, una bicicleta), contribuye a la acción de un taladro inmisericorde que entra y sale de las vidas de unos seres humanos que separados por un puente viven encarcelados.

El uso que hacen los realizadores de los espacios (el puente, la plaza, la taberna, la carnicería, la huerta, la carretera, la empresa de transporte, los respectivos pisos, la casa de San Sebastián, el cementerio) es colosal. Gracias a la calidad del diseño de producción, la fisicidad del dolor, la toxicidad ambiental se palpa sin necesidad de subrayados que van mal con el carácter seco y escueto de gentes poco dadas a la efusividad.

Trabajan los actores con un aplomo encomiable, vivenciando (llenando de vida) unos personajes que, a medida que avanza la serie, tienen poco de personajes, son personas a las que acompañamos en su tremenda soledad, personas que se han convertido en muertos vivientes. Si alguno puede acusar la repetición machacona de conductas, la fijación de posiciones es que no entiende o no quiere entender. La serie evita el didactismo, tiene el extraordinario mérito de no resultar empalagosa para el que ha vivido ese infierno.

Evidentemente hay una poda para centrarse en el árbol vecinal y no en el bosque contextual, ciertamente ensangrentado y trágico, que se caricaturiza en alguna ocasión. Las aperturas y los cierres de capítulo son muy buenos y dejan con ganas de más. Al principio, pensé que sobraba un capítulo, pero ahora pienso que los ocho ayudan a preparar el magnífico final. La fotografía maneja la luz con una inteligencia narrativa enorme. El montaje de sonido y la música ajustan el tempo con una precisión admirable.

Las secuencias climáticas son inolvidables y cumplen a la letra ese menos es más que siempre tienen las grandes historias audiovisuales. Me quedo con una: Arantxa que pide a Bittori que le dé una vuelta por la plaza empujando la silla de ruedas. Dan ganas de levantarse y aplaudir. Y sacar los pañuelos en todos los sentidos posibles.

Ficha Técnica

  • País: España, 2020
  • Fotografía: Álvaro Gutiérrez
  • Música: Fernando Velázquez
  • Duración: 1 temporada (8 capítulos de 50-55 minutos)
  • Emisión en España: HBO
  • Público adecuado: +18 años (VXD)
Suscríbete a la revista FilaSiete