Alex Rider: Operación Stormbreaker

Alex Rider: Operación Stormbreaker | El sobrino de 007

Alex Rider: Operación Stormbrea­ker nace de una serie de populares novelas escritas por Anthony Ho­ro­witz, que se ha encargado de la adaptación del guión para la gran pantalla. Horo­witz, reconocido escritor de literatura juvenil, hizo su debut cinematográfico con The gathering (2002), y ha trabajado en abundantes guiones para la televisión británica.

El protagonista es Alex Rider, un chico de 14 años, huérfano y al cuidado de su tío Ian Rider, un agente secreto. Cuando su tío muere, el MI6 contratará a Alex para que és­te termine la misión que Ian dejó incompleta. El joven tendrá que hacer frente al misterioso asesino de su tío y resolver el misterio que se oculta tras la generosa donación de Darrius Sayle (Mickey Rourke), un Storm­breaker con un avanzado sistema operativo para cada escuela de Inglaterra. Para lograrlo contará con todos los artilugios al más puro estilo 007.

Sin dejar de ser un ligero entretenimiento para preadolescentes, Alex Rider: Operación Stormbrea­ker cuenta a su favor con una dirección funcional a cargo de Geoffrey Sax, recuperado de la mediocre White noise. La trama es sencilla, con elementos que le dan actualidad y la ha­­cen cercana al público juvenil. Tiene ade­más un notable reparto de secundarios que, quitando algunas actuaciones que rozan la parodia como la de Nadia Vole, aportan fres­cura y quitan pretenciosidad a la trama. Lógicamente hay mucha acción -no pueden faltar ya las artes marciales, esta vez a cargo del especialista Don­nie Yen (Hero, Siete espadas)-, y guiños cómicos bien dosificados a lo largo del metraje.

Este digno producto para niños con pretensión de saga es superior en algunos sentidos a muchas películas de su segmento, co­mo la reciente Era­gon. En la taquilla no ha funcionado especialmente bien: lleva recaudados 22 millones y costó 40. Tal vez la adaptación llegue demasiado tarde y sea di­fí­cil no compararla con sus gemelas americanas, la saga de Spy Kids a cargo de Ro­bert Rodríguez, delante de las que Alex Rider no deja de parecer un producto manufacturado correctamente, pero menos personal e imaginativo.