Cumbres borrascosas

Cumbres borrascosas: Para trágica, yo

Cumbres borrascosas: Arnold lee la novela de Brönte tras una pasada por su horno, para que salga requemada y grasienta. 

Andrea Arnold ganó el Oscar al mejor cor­to en 2003 con Wasp. La directora, actriz y guionista inglesa de 50 años viene de hacer películas durísimas (Red road, Fish tank), con bastantes premios en su ha­ber.

En esta última obra visita la novela por ex­celencia del romanticismo inglés del XIX, del romanticismo agreste, hosco, áspe­ro y tortuoso. La obra de Emily Brönte, pu­blicada con seudónimo en 1847, siguió al éxito Jane Eyre, escrita por su hermana Char­lotte.

La adaptación la firman Arnold y Oli­via Hetreet (La joven de la perla) y está me­jor en la parte de la infancia que en ade­lante. Yo diría que el realismo sucio le sien­ta mal, aunque indudablemente tiene in­terés. Arnold parece incapaz de hacer una historia con un personaje que no esté co­rrompido.

Hay dos películas dentro de este largome­traje de Arnold y la verdad es que no es­tán bien cosidas. La primera presenta a unos personajes tan absolutamente embru­tecidos (en vez de en una finca en el York­shire del XIX, parece que estuviéramos en una tribu de sajones a medio civili­zar) que creerte lo que viene más adelan­te, con una Catherine transformada y grá­cil, es difícil, más allá de los tremendos problemas de credibilidad que tiene la pro­pia novela de Brönte, muy interesante des­de el punto de vista de la evolución de la literatura, pero en la que se aprecia la fa­bulación un tanto ridícula de una escrito­ra ansiosa de giros melodramáticos. “Cier­tos escritores se crean noches artificia­les para dar una aspecto de profundidad a su superficie y más relumbre a sus lu­ces mortecinas”. Otra vez, Joubert. Otra vez de acuerdo.