Las buenas intenciones

Las buenas intenciones: Al rescate del refugiado

Como muestra el título Isabelle, la protagonista, es una mujer llena de buenas intenciones: cincuagenaria, madre de familia, casada con un refugiado bosnio, entregada en cuerpo y alma a causas buenas, especialmente inmigrantes, marginados, pobres y necesitados; y sin embargo algo no funciona; ni su familia, ni sus compañeros, ni sus refugiados aprecian lo que hace.

Gilles Legrand (Malabar Princess) por poco no ha conseguido una gran comedia. A este autor, como a un buen puñado de directores franceses, no les tiembla el pulso a la hora de denunciar situaciones tremendas -vía humor o vía denuncia social pura y dura- y sacar conclusiones; en este caso, trata del voluntariado y de las necesidades -de todo tipo- de los inmigrantes, y de la actividad desbordante de algunos voluntarios. Lo que tiene en mente -es su tema favorito- es la familia. Las buenas intenciones se ríe de una voluntaria volcada en una actividad desbordante en favor de los demás que descuida, por no decir maltrata, a aquellos que tiene cerca y que deberían ser los primeros en su atención: su familia.

Legrand no deja títere con cabeza y dispara a todos lados, casi siempre con acierto. Hay situaciones realmente divertidas, tanto más que muchas de ellas apenas han sido exageradas. El problema de esta comedia, lo que no funciona, es el desequilibrio entre los dos mundos mostrados: Isabelle y su familia, Isabelle y la acción social. Son dos esferas que corren en paralelo y chirrían al acercarse, tanto más cuanto que la clave de su actividad está en una vieja historia familiar que queda poco o mal explicada.

La actriz Agnès Jaoui (Un cuento francés, Háblame de la lluvia) es excelente y perfecta para el papel de Isabelle.

Una comedia cargada de buenas intenciones, que no han terminado de cuajar.