Wonder Wheel

Allen vuelve a explorar el poso que deja en la conciencia la acción cri­minal, pero lo hace desde una propuesta más teatral que cinematográfica

Wonder Wheel

Wonder Wheel: El ciclo de la vida

Es muy común escuchar ciertos comentarios recurrentes que acompañan a las pe­lículas que estrena Woody Allen cada año de manera puntual. En todos ellos se anuncia que, una y otra vez, aborda asuntos relacionados con los problemas y circunstancias del hombre moderno, o debería decir posmoderno, de clase media o al­ta. Nadie puede discutir el hecho de haber experimentado una sensación similar al fi­nal de cada nuevo filme que estrena Allen, como este Wonder Wheel.

Entre los temas destaca, por encima de to­dos, las relaciones de pareja abocadas a una existencia rutinaria, exenta de pasión, en cuanto se terminan las pulsiones del corazón, o mejor dicho del instinto, que arrima­ron a una persona con otra. Es decir, cuando se acaba la atracción sexual. En resumen, se trata de la lucha constante que mantienen en sus películas el cerebro y el corazón, la razón y el instinto. Un habitual conflicto interno de clara tendencia afectiva que apa­rece, sin embargo, nítidamente representado en dos personajes por separado en Vi­cky Cristina Barcelona (2008): Vicky (Rebeca Hall), el intelecto, y Cristina (Scarlett Johansson), la pasión.

Aunque, sin duda alguna, el tema de la infidelidad y la inconsistencia amorosa se rei­tera con desigual suerte a lo largo de su carrera cinematográfica, también la religión (prin­cipalmente representada en sus filmes por la católica y la judaica), la existencia de Dios, el sentido de la vida, la muerte y la casualidad o el azar son cuestiones tratadas por Allen de una manera permanente e invariable. Siempre, a través de un enfoque claramente pesimista y crítico con la condición humana.


Asuntos menos metafísicos, como el mundo de la cultura, la creación artística y la delgada línea que separa la realidad de la ficción, la vida y el arte, también son temas que han recibido repetidas alusiones en sus guiones. Sin embargo, aunque en apariencia sus películas estén cocinadas con los mismos ingredientes (sensitivos, existencialistas y éticos), Allen se esfuerza por ela­borar un producto que, en esencia, sea nuevo y original cada vez.

En este sentido, el guionista y director de Brooklyn se convierte en ejemplo paradigmático del mensaje o idea que subyace en las películas. Porque si bien, su filmografía repite o desarrolla tra­mas muy similares, a la vez que confecciona personajes que guardan cierto parecido de un filme a otro, tanto en su configuración externa como interna, su talento se alza por encima de estas objeciones para dirigir al público una reflexión distinta en cada estreno. Incluso, aunque en el tono de casi todas sus películas prevalezca un enfoque cí­nico y desesperanzado en su visión del ser humano y de su deriva por el mundo.

Tal y como Orellana y Serra apuntan en su estudio sobre Allen, su «obra recorrida por un ca­riz nihilista, no pocas veces trágico, tiene el gran mérito de haber puesto sobre la me­sa el amplio abanico de problemas existenciales, afectivos y morales de un largo periodo de nuestra historia».

El conflicto formal de Allen: comedia o drama

Normalmente, el género desde el que relata esta desorientación vital del ser humano sue­le ser la comedia, categoría en la que se encuentra más cómodo y que facilita su inclinación a la verborrea, del tipo Bob Hope y Groucho Marx. Esto es así, sobre todo, des­de los tiempos de Annie Hall (1977). Una película que se encuentra en la génesis de las comedias protagonizadas por personajes sentimentalmente desorientados, ajenos al com­promiso monógamo, tan abundantes en los años 90 y lo que llevamos de siglo XXI.

Por debajo de este tipo de películas de su filmografía, se encuentran unas comedias más ácidas repletas de diálogos que exploran con cinismo y sarcasmo sus alusiones temáticas. Entre ellas se podrían encontrar Desmontando a Harry (1997), Celebrity (1998) o Si la cosa funciona (2009).

Y entre medias de los dos tipos, encuentran su hueco comedias más ligeras y extravagantes, con menor carga de impudencia, donde Allen ha dado rien­da suelta a una elocuencia e ingenio argumental que han demostrado que su imaginación constituye un saco sin fondo de ideas y ocurrencias. Entre este tipo de comedias se encuentran, entre otras, Granujas de medio pelo (2000), Un final made in Hollywood (2002) y Scoop (2006). En líneas generales, aunque su originalidad destaque entre sus pro­puestas cómicas, su chispa creativa no distingue de géneros.

José Gabriel Lorenzo

[…]

El estudio crítico completo de esta película se encuentra en el libro Cine Pensado 2017, que puedes adquirir en este enlace:

Ficha Técnica

Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil