El hombre que pudo reinar

El hombre que pudo reinar: Historias de perdedores

John Huston era una leyenda andante cuando dirigió esta película a sus 69 años. Ya había rodado entre otras muchas El halcón maltés (1941), El tesoro de Sierra Madre (1948) o La reina de África (1951), y la que es para mí su película favorita: la siempre infravalorada Los que no perdonan (1960), con Burt Lancaster levantando en vilo aquel piano, y con la presencia de una Audrey Hepburn a la que algunos críticos denostaron por no parecer suficientemente kiowa.

Pero Huston había hecho más cosas que dirigir y actuar en películas: había sido boxeador; teniente en el ejército mejicano; pintor en París; cazador de elefantes empedernido, como se puede ver en Cazador blanco, corazón negro (1990); había rodado documentales bélicos en Italia en la II Guerra Mundial; se había bebido todo el whisky del mundo junto a tipos como Humphrey Bogart; se había dado de puñetazos con Errol Flynn por Olivia de Havilland, en una pelea tan sonada en aquel Hollywood mítico que hizo que algunos periódicos mandaran la muerte de Mussolini a la página dos; y sobre todo había sido padre de Anjelica.

La suya había sido por tanto una vida de un hombre de acción alejada de las escuelas de cine. Perteneció por edad a la Generación Perdida junto con directores como Fred Zinnemann, Billy Wilder, Edward Dmytryk o Elia Kazan; pero, a diferencia de otros de sus miembros, ni era un acérrimo izquierdista ni tenía grandes preocupaciones sociales. Y aunque él aseguraba que los críticos no habían encontrado ningún tema unificador en sus películas, lo cierto es que sentía cierta atracción por la épica del fracaso. Y en El hombre que pudo reinar de eso hay a toneladas.

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Esta crítica completa se publica en el monográfico nº 7 (Cine de Aventuras) de FilaSiete. Esta revista en papel se puede adquirir por compra directa.