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Wim Wenders, director de Tierra de abundancia

Wim Wenders dialoga con los actores en Tierra de abundancia

Wim Wenders: «Conoce la historia del cine. Después, olvídala por completo»

Nos encontramos en algún lugar del piso superior de la Casa de Amé­rica, y esta entrevista comienza con una declaración de amor: «Todo empezó cuando conocí a Michelle Williams. Era una chica preciosa, y sencillamente sentí la necesidad de crear es­ta película para ella».

Desde luego, no es un mal punto de partida. A primera vista, Wim Wen­ders parece encarnar el perfecto estereotipo del cineasta alemán: cerebral, analítico, con ese gusto por la introspección tan característico de los centroeuropeos. Por ese motivo, cuesta creer que uno de sus proyectos pueda surgir de la fascinación causada por una mujer.

Wim Wenders

Wim Wenders: Por supuesto, también quería contar una historia. Los atentados del 11 de septiembre me habían marcado profundamente. Tenía dos personajes: Lana y Paul. La primera es muy joven, ha vivido en Europa y en Estados Unidos. El segundo es un ti­po quijotesco, profundamen­te herido por su pasado como soldado en Vietnam. Pensé que ambos puntos de vista eran muy representativos del clima de contradicción que vive actualmente Norteamérica. Escribi­mos el guión en una semana, y a continuación nos lanzamos a rodar.


Wenders tiene una forma curiosa de mirar. Sus ojos se disparan en cualquier dirección, y uno no puede evitar sentirse, en cierto modo, parte de un decorado imaginario. Afue­­ra ruge el Paseo de la Cas­tellana, y el director no puede reprimir la emoción cuando le preguntan por otra de sus obsesiones.

Wim Wenders: Para mí viajar es fundamental. El mero hecho de abandonar un lugar para ir a otro es una fuente poderosa de vida y conocimiento. En Tierra de abundancia quería mostrar esto desde el punto de vista del regreso. El personaje de Lana vuelve a su ho­­gar después de mucho tiempo. Creo que este tipo de experiencias son necesarias: muchas veces es necesario saber contemplar la realidad con la mente despejada.

Como si de un acto reflejo se tratara, retoma la cuestión es­tadounidense.

Wim Wenders: El ochenta por ciento de los norteamericanos no viaja. Creo que esa actitud ego­céntrica y provinciana sólo puede llevar a un callejón sin salida.

En cualquier ca­so, se resiste a la comparación.

Wim Wenders: No soy Mi­chael Moore. Aprecio su trabajo, y creo que es ne­­cesario reconocer que ha sido él el primero en mos­trar las cosas a sus compatriotas desde otro punto de vista. Pe­ro no quiero que se me considere un líder de opinión. Mi trabajo es el de contar historias.

Sobre su próxima película se muestra cauto e ilusionado…

Wim Wenders: Es una especie de western. En ella, una vieja estrella de este tipo de películas, interpretada por Sam Shepard, abandona el set de rodaje y se pone a caminar. Será un viaje muy íntimo y personal.

Wim Wenders, en pleno rodaje de su última película.

¿Un consejo para los jóvenes cineastas? -Wenders se permite la sonrisa por primera vez-.

Wim Wenders: Conoce la historia del cine. Después, ol­­vídala por completo.

Nuestro tiempo se terminaba, y la traductora -inflexible, co­mo buena alemana- puso fin a la entrevista. Pero, un segundo antes de salir, me volví para echarle un último vistazo: estaba de pie, junto a la ventana, y parecía que su mirada ha­bía encontrado en la Glorieta de Cibeles un buen lugar donde detenerse. Comprendí que, para Wenders, hacer cine es algo tan cotidiano y necesario como respirar. Me fui de allí meneando la cabeza. Quién sabe: quizá se estuviera enamorando de nuevo.

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