Inicio Artículos Making Of 2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick (parte 4)

2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick (parte 4)

Los 6 millones de dólares de presupuesto previstos inicialmente se convirtieron en 10’5 millones al final de todo el proceso, lo cual estuvo a punto de llevar a la ruina a la gran M.G.M.

2001: Una odisea del espacio

2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick (parte 4): Composición musical y lanzamiento

· Al igual que en las anteriores fases de la producción (guión, rodaje, composición musical), el montaje definitivo estuvo también salpicado de improvisaciones, dudas y modificaciones.

Antes de contratar a Alex North para componer la banda so­­nora de la película, Kubrick empleaba unos fragmentos mu­sicales clásicos, que denominó «provisionales», para su­gerir el impacto que cada una de las secuencias debía producir en el espectador. Entre ellos estaba Sueño de una noche de verano, de Mendelssohn, y Así habló Zaratustra, de Richard Strauss. A Kubrick esos pasajes le encantaban, pero a North le daban pavor, pues intuía que su permanencia supondría su inmediato despido.

Pugna por un estilo musical

Con el empeño de suplantar esos pasajes clásicos, North volvió de nuevo a Londres el 24 de diciembre de 1967 para discutir con el cineasta la música que debía ir en la primera hora del filme. A partir de lo que allí hablaron compuso con febril intensidad esas Navidades, y a mediados de enero de 1968 presentó los primeros cuarenta minutos de banda sonora:
«Trabajé día y noche para llegar a tiempo a la primera fecha de grabación, pero con el estrés y la tensión tuve contracturas musculares y dolor de espalda. Debía ir a las grabaciones en ambulancia, y el hombre que me ayudaba en la orquestación, Henry Brant, dirigía mientras yo permanecía en la sala de control».


Finalmente, Kubrick -como tantas otras veces en el proceso de producción- quedó insatisfecho con el trabajo realizado y decidió rescindir el contrato del compositor. La excusa fue que en el resto de la película se iban a emplear efectos de respiración. Pero, en rea­lidad, lo que sucedía es que el director no quería desprenderse de sus preciados «fragmentos provisionales» que tanto le fascinaban. Y aunque empleó buena parte del trabajo de North, la sección principal del score pertenece a compositores clásicos.

El resultado fue mucho más que satisfactorio. La idea de introducir un ritmo tan poco galáctico como El Danubio azul, de Jo­han Strauss, para ambientar el acoplamiento de la nave «Orion» y la estación orbital, fue sencillamente espléndida. Para magnificar la inmensidad del espacio y, al mismo tiempo, la majestuosidad de la «Discovery», Kubrick utilizó la Suite Gayane, de Aram Ka­cha­­tu­rian, que parecía compuesta expresamente para esa secuencia. Y en fin, el famosísimo pasaje de Así habló Zaratustra, de Strauss -se hizo famoso en todo el mundo gracias a esta película-, resulta de una fuerza sobrecogedora para enfatizar el instante «mágico» en que se hace la luz por primera vez en la mente del primate: un pasaje de claras resonancias evolucionistas que, en un montaje in crescendo, trata de ilustrar el momento en que el animal des­cubre la posibilidad de utilizar instrumentos (los huesos de un esqueleto como utensilios contundentes) y, supuestamente, alcanza el nivel de racionalidad humana. Irónicamente, la racionalidad que manifiesta le lleva a emplear los instrumentos para la violencia, la guerra y la irracionalidad.

Versión definitiva y reconocimiento internacional

Al igual que en las anteriores fases de la producción (guión, rodaje, composición musical), el montaje definitivo estuvo también salpicado de improvisaciones, dudas y modificaciones. En primer lugar, un buen número de escenas rodadas no pasaron jamás al pri­mer montaje, como la del Doctor Floyd comprando un mono ti­tí a su hija -en la película le vemos hablar con ella por teléfono y comprometerse a hacer ese regalo-, las de diversas actividades cotidianas en la luna, algunas escenas familiares de los astronautas o diferentes entrenamientos en la nave «Discovery».

Al margen de todo esto, resultó decisiva -por lo acertada- la eliminación de un prólogo de diez minutos, rodado en 35 milímetros y en blanco y negro, que recogía entrevistas con once personalidades: astrónomos, físicos, biólogos… Hasta un teólogo y un rabino ju­dío.

Y, ya con la película definitivamente terminada, Kubrick decidió cortar otros 19 minutos más tras el estreno en Nueva York, el 3 de abril de 1968: los 161 minutos iniciales se redujeron a los 142 definitivos que todos conocemos. La reacción del público de Nueva York le hizo comprender que algunos pasajes resultaban rei­terativos, otros desviaban la atención del espectador y algunos otros afectaban negativamente al ritmo de la película. Así, redujo el metraje de la gran secuencia inicial de «El amanecer del hombre», del viaje de Floyd a bordo del «Orion», y de los ejercicios de Frank Poole en la centrifugadora.

Al final, la película había tardado exactamente cuatro años en lle­varse a la pantalla y había desbordado sobradamente el presupuesto aprobado: los 6 millones de dólares previstos inicialmente se convirtieron en 10’5 millones al final de todo el proceso, lo cual estuvo a punto de llevar a la ruina a la gran M.G.M. Por otra parte, las críticas iniciales tampoco fueron buenas. Sin embargo, los espectadores entusiastas (por el contrario, hubo muchísimos descontentos que no la entendieron) la aclamaron desde el principio como un filme clásico de ciencia-ficción, y contribuyeron a su éxito definitivo. Sobre todo contribuyeron a ello muchos simpatizantes del movimiento hippy, que fueron a verla una y otra vez para presenciar el alucinante viaje final con que se cierra la cinta.

Con los años, la película ingresó en taquilla la nada despreciable cifra de 40 millones de dólares en todo el mundo, aunque de forma demasiado ralentizada para las previsiones del departamento financiero. Tampoco los Oscar contribuyeron a relanzar la cinta. Nominada en cuatro categorías (mejor director, mejor guión original, mejor decorado y mejores efectos visuales), ganó tan sólo la última. Y Kubrick, que era el candidato a las dos primeras estatuillas, supo esa noche que en la Academia no había llegado a calar la que él consideraba su obra maestra. Únicamente el correr del tiempo haría que 2001: Una odisea del espacio llegara a ser un punto de referencia obligado en la historia de la ciencia-ficción.

2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick (parte 1)

2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick (parte 2)

2001: Una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick (parte 3)

Suscríbete a la revista FilaSiete

Salir de la versión móvil