Mi amigo Mr. Morgan

Mi amigo Mr Morgan: Nettelbeck y la ilusión por vivir

Mi amigo Mr Morgan | A pesar de sus virtudes, no logra desprenderse de cierto aire de telefilme y  de la sensación de déjà vu.

Sandra Nettelbeck tiene predilección por este tema. Lo trató en Deliciosa Martha y vuelve a él en su última película, a través del personaje de un viejo profesor de filosofía americano, desorientado en París y en su propio existir tras la muerte de su esposa.

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Para Mr. Morgan -protagonizado por el dos veces oscarizado Michael Caine- vivir es una previsible y absurda suma de momentos, hasta que una joven optimista y vital profesora de danza se convierte en la incógnita a despejar.

La película transita entre el drama y la comedia, es agradable de ver, elegante de formas, y cuenta con dos buenos actores, una soberbia fotografía de París, y una acertada música de Hans Zimmer capaz de mostrar con psicología el desfase entre los sentimientos de Morgan y la realidad que lo circunda. Además, aborda temas interesantes: el regalo de la amistad y el diálogo, el estrecho límite que a veces separa amor y amistad, el valor del matrimonio y la familia.

Y a pesar de todas estas virtudes, no logra desprenderse de cierto aire de telefilme, de la sensación de déjà vu y de falta de verosimilitud en los diálogos filosóficos y en el modo “casual” en que suceden las cosas.

El primer acto, dedicado a la presentación del personaje y a los primeros encuentros con la encantadora bailarina Pauline, es el que tiene mayores hallazgos narrativos, pero el segundo, en su intento de hacer avanzar la acción, pierde tono –entre notas de tragedia, ironía, drama y romance-, fuerza las relaciones entre los personajes y se precipita a un clímax y a un tercer acto muy poco creíble para el espectador. Le falta inspiración y personalidad, y bastante trabajo de guión para salir de la medianía.