Entrevista a Rodrigo Sorogoyen, director del cortometraje Madre
· Rodrigo Sorogoyen, director de Madre: «A día de hoy, lo que me gustaría es rodar mucho porque es mi naturaleza»
Hace breves días Rodrigo Sorogoyen volvió a ser noticia. Su cortometraje Madre se alzó con el Premio Fundación Caja Mediterráneo a la mejor producción en la 40 edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Elche (FICIEE). Y es que Sorogoyen se ha convertido en muy poco tiempo en unos de los directores más prometedores del cine español en una etapa dorada. Con Stockholm, su opera prima, ganó en Málaga y se coló entre los finalistas de los Goya y los Premios Feroz obteniendo varios premios importantes. El pasado mes de septiembre logró la Concha de Plata al mejor guion por Que Dios nos perdone, película por la que obtuvo 6 nominaciones a los premios Goya. En los últimos meses ha presentado el ya referido Madre, un cortometraje que entusiasmó a la crítica y al público de los festivales de Málaga y Madrid.
Los premios siguen llegando…
Rodrigo Sorogoyen/ Hace poco estuve en Nantes. Presenté Que Dios nos perdone. Y antes estuve en Málaga, donde ganamos dos premios con el cortometraje Madre. Me fascina el Premio del Público, tan difícil de conseguir. Me alegra mucho. Y más ilusión, si cabe, me ha producido el premio a mejor actriz principal que se ha llevado Marta Nieto, que hace un trabajo espectacular.
Consigue premios para los actores de sus películas. En la carrera de Aura Garrido, Roberto Álamo o Javier Pereira, hay un antes y un después de trabajar con usted.
R. S./ Bueno, tampoco… no estoy de acuerdo del todo con lo que dices, pero así pensado me alegra mucho. Obviamente, no es solo merito mío. Creo que acerté al escoger a Aura, Javier y Roberto: hacen un trabajo maravilloso.
Rodrigo Sorogoyen, director de Madre: «La verdad es que soy una persona que se estudia muy poco a sí misma. De hecho, me estoy dando cuenta de muchas cosas gracias a hablar contigo»
Dicen que Woody Allen hace eso: escoger a los mejores y luego poner plena confianza en ellos sin apenas darles indicaciones.
R. S./ Sí, lo he oído. Me encanta. Como yo adoro a Woody Allen, quiero pensar que no es dejadez ni pereza, sino que esa forma de trabajar hace que el actor esté más alerta. Es una manera de dirigirlos sin hacerlo, les da la confianza de que ellos son los que mejor saben cómo interpretar a un personaje y por eso les ha contratado. Es una manera de quitarles presión poniéndoles otro tipo de presión. Yo no uso para nada ese método todavía. Tengo tanta inexperiencia que necesito controlarlo todo, porque creo que lo que la experiencia te da es la relajación para no tener que controlarlo todo. Por eso hablo mucho con los actores para pensar que tengo todo controlado, aunque en realidad eso es imposible.
Pero está claro que en el guion da mucha importancia a los personajes y eso lo notan los actores y se ve en sus películas.
R. S./ Yo creo que es porque me interesa. Mejor dicho, nos interesa, porque aquí voy a meter a Isabel Peña, mi coguionista habitual. Desde el guion nos interesa más lo que le pasa por la cabeza a los personajes que lo que les pasa a cada uno de ellos. Aunque la acción sea muy intensa, original y entretenida, siempre nos interesará más cómo lo viven por dentro. Y por eso centramos el guion en eso. Para que el actor se meta en la historia tiene que trabajar esos registros obligatoriamente, porque están en el guion. Si no están ahí, lógicamente no va a poder desarrollar ese personaje como debería, o al menos no tanto como podría.
El otro día al acabar de ver Madre en el Albéniz sucedió lo mismo que cuando en ese mismo cine vi Stockholm hace 5 años. La reacción del público fue de silencio sepulcral. Ningún aplauso.
En Nantes me pasó lo mismo con Que Dios nos perdone. La gente no aplaudió hasta 15 o 20 segundos después de terminar. Es muy raro que el público en un festival no aplauda al final, pero luego me consta que les ha gustado mucho la película.
Le gusta utilizar las elipsis visuales y narrativas, y el fuera de campo. Eso se ve claramente en Madre, que se basa en esa forma de contar jugando con la imaginación del espectador.
R. S./ La verdad es que soy una persona que se estudia muy poco a sí misma. De hecho, me estoy dando cuenta de muchas cosas gracias a hablar contigo, estoy de acuerdo y me parece interesantísimo. En El Reino, un thriller político que empezaré a rodar en unos meses, hay mucho de eso que comentas. No tan grandes o tan terminantes como en Madre, pero sí pequeñas decisiones que intentan que el espectador y el personaje sepan lo mismo, vayan de la mano conociendo la misma información. Es algo que ya usé en Stockholm y creo que a El Reino le vendrá muy bien este recurso.
Decía Jonás Trueba en un TED con jóvenes creadores que «el cine nos hace mejores». Creo que su primera película, Stockholm, iba en esa línea, ponerse en el lugar del otro, comportarse con más honradez y sinceridad. Sin embargo, Qué Dios nos perdone parece que va en una dirección distinta, más cercana a esa frase de Hemingway con la que se cierra Seven, una de sus películas predilectas.
R. S./ «El mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar… solo estoy de acuerdo con la segunda parte». Una gran frase. Sí, lo que llevo dentro me lleva a eso. Si no me pongo a pensarlo, opino así. Lo que más veo, o al menos en lo que más me fijo, lamentablemente quizás. Es cierto que para contar historias creo que es mejor ese punto de vista. El motor de cualquier drama se centra en contar algo malo que tiene que resolverse y el modo que tiene el protagonista de crecer en esa contradicción. Necesitamos los conflictos para contar historias. Pero también quiero pensar que yo soy una persona muy afortunada. No he tenido ningún drama, ninguna tragedia más allá de las de cualquier persona normal, y me da bastante pudor pensar que el mundo es horrible cuando yo he sido tan privilegiado. Pero lo que veo en la televisión o lo que me cuenta la gente contribuye a que tenga una visión bastante negativa. Aún así, si me pongo a meditar más detenidamente, quiero pensar que el mundo sí que es un lugar por el que vale la pena luchar. Y eso lo voy a mostrar en mi cine porque cada uno es como sus películas. Jonás Trueba es como sus películas, Kike Maíllo es como sus películas. Hay casos en los que no es así, y creo que es algo que se nota en algunos directores. Las cosas salen bien cuando haces la película que quieres, con el estilo personal con el que quieres contar una historia. Yo me encuentro en una rueda en la que tengo que tener cuidado, porque estoy empezando y no tengo la libertad de Álex de la Iglesia, por ejemplo, para hacer lo que quiera y como quiera.
«Supongo que lo que pretendemos es seguir contando historias que nos interesan y que pueden interesar al espectador, y a la vez vamos aprendiendo en este oficio»
En sus películas hay detalles de delicadeza y de ternura, aún en medio de las situaciones más crudas. Por ejemplo, ese diálogo en la piscina del personaje de Roberto Álamo con su hija en Que Dios nos perdone.
R. S./ Me encanta esa escena. Si no hubiese esos momentos, la película y la visión que se da del mundo sería horrible, sobre todo en historias tan oscuras. Nunca me ha gustado pasarme de edulcorado, porque es algo que no me gusta ver en el cine. Creo que hay que lograr un cierto equilibrio para que la película refleje la vida.
Tiene 35 años. Clint Eastwood o Woody Allen están haciendo películas con más de 80 años. Manoel de Oliveira superó los 100. ¿Qué le gustaría que hubiese dentro de 50 o 70 años en su filmografía?
R. S./ A día de hoy, lo que me gustaría es rodar mucho porque es mi naturaleza. Ahora mismo estoy preparando dos películas, y hay veces que me digo a mí mismo que tengo que hacer menos y mejores. Pero tengo muchas ideas y muchas historias que me gustaría contar. En cuanto a género, sí que me gustaría hacer todo tipo de películas. Con algunas excepciones, por ejemplo no me veo trabajando en Hollywood. Pero hacer una película de terror me encantaría. No una película clásica de género, siempre tendría mi estilo, con personajes y una estructura distinta.
Ya hablé de El Reino, que rodamos en verano. Producen Tornasol y Atresmedia, y va sobre la corrupción en España. Además, Isabel Peña y yo tenemos un guion, una comedia sobre un grupo de amigos que ha superado la treintena y van evolucionando a lo largo de los años.
Supongo que lo que pretendemos es seguir contando historias que nos interesan y que creemos que pueden interesar al espectador. A la vez vamos aprendiendo en este oficio tan apasionante y difícil como es el cine.
«Me gustaría hacer televisión, la hice en mis comienzos y no me arrepiento de ello. He disfrutado y he aprendido mucho personal y laboralmente»
¿Se ve haciendo televisión?
R. S./ Me gustaría. He hecho televisión en mis comienzos y no me arrepiento de ello. He disfrutado y he aprendido mucho personal y laboralmente. Si yo hubiese hecho solo 3 películas, creo que no sabría ni la mitad que lo que sé hoy en día, sobre todo de dinámicas de rodaje y de trabajo en equipo. Es verdad que las series en general no son un ámbito muy agradecido para hacer algo creativo. El trabajo no es tan fácilmente identificable porque dependes de una cadena, de una productora y para un director puede ser algo frustrante. Eso va cambiando, y todos esperamos que las series de Movistar y de Netflix que se hacen aquí triunfen porque creo que es lo que mejor le vendría a la industria. A mí, desde luego, si tuviese más poder de decisión me encantaría volver a hacer una serie.
¿Cree que el cine español vive una edad dorada que también valoran fuera de nuestras fronteras?
R. S./ Totalmente. En cuanto sales un poco al extranjero y te relacionas u observas el mundo audiovisual, la industria, los espectadores y los cineastas de esos lugares, te das cuenta de que la cinematografía española es admirada y respetada, mucho más que en España.
Desafortunadamente hay un gran sector de la población que no es que solo no les interese el cine (lo cual es una pena, pero cada uno está en su derecho de que le interese lo que quiera) sino que el «cine español» es algo así como un enemigo. Es algo a lo que estamos acostumbrados, pero lo cuentas a profesionales de otros países y no dan crédito. Les resulta inconcebible.
Suscríbete a la revista FilaSiete