El Titanic, «reflotado» en su centenario

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El Titanic, «reflotado» en su centenario

«Como si estuviera a bordo, corriendo los mismos riesgos que Rose y Jack«, dijo James Cameron, que quería que el público viera el reestreno de Titanic.

La pasión por el submarinismo condujo a James Cameron a reconstruir las últimas horas del Titanic, y esa misma afición que le ha llevado a sumergirse hasta 33 veces para explorar los restos del buque, unida a la oportunidad del momento -el centenario del naufragio y de los Estudios Paramount, el 15º aniversario de la película y quién sabe si la impresión colectiva de que esta sociedad se nos va a pique-, ha propiciado que el director americano rescate Titanic y nos la ofrezca con mayor patetismo en su versión remasterizada en 3D.

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Toda una carrera cinematográfica de éxitos mundiales en taquilla –Avatar, Terminator, Abyss, la propia Titanic– ha permitido a Cameron destinar inversiones millonarias a su ánimo explorador. Fruto de ello son los documentales Expedition: Bismark, Misterios del Titanic o Aliens of the deep. En este mes, coincidiendo con la efeméride, National Geographic Channel emite James Cameron vuelve al Titanic, en el que ofrece la investigación forense de la fractura del barco.

La tecnología aplicada no es perfecta, es «2,99D», pero Cameron está satisfecho. Dieciocho millones de dólares le ha costado dar esa sensación de profundidad a la versión original. En el proceso han trabajado más de trescientas personas durante sesenta semanas.

El don de la oportunidad

Su película se dirige tanto a los nostálgicos como a la nueva generación de espectadores que no vivió el fenómeno cuando llegó a la pantalla grande en 1997, causando furor tanto por el realismo de la tragedia como por la emotividad de la historia de Romeo y Julieta, encarnados por unos jóvenes y atractivos Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, que vieron catapultadas sus carreras artísticas a partir de aquel momento.

La versión 3D apabulla, no hay duda, y, aunque no añada gran cosa a lo que ya conocíamos, es una ocasión de volver a dedicar tres horas a una superproducción sólo superada en taquilla por Avatar, del mismo creador. Titanic recaudó 1.843,2 millones de dólares entre 1997 y 2009, y Avatar 2.782,3 pero desde su estreno hace tres años.

La película costó la friolera de 200 millones de dólares; podía haberle llevado a la ruina. Mucho debieron confiar en el taquillazo tanto él como las productoras, pero los éxitos precedentes del cineasta le avalaban. Y no se equivocaron. El rodaje fue una empresa faraónica. Tres millones costaron las tomas reales del pecio a casi cuatro mil metros de profundidad; otro montante considerable, la construcción de la maqueta a escala real basada escrupulosamente en planos del exterior y del interior y en fotografías, y otro tanto, las 160 horas extenuantes de grabación, sometidos al rigor, al perfeccionismo y a la intransigencia de Cameron, entre otras partidas.

El éxito de la película a partir de su estreno el 19 de diciembre de 1997 tuvo su refrendo entre los académicos. Once Oscar se llevó: película, dirección, banda sonora, canción original, fotografía, vestuario, dirección artística, montaje, edición de sonido, sonido y efectos visuales. Y cuatro Globos de Oro. En cifras globales: 88 galardones y 48 nominaciones internacionales. ¿Era para tanto?

Película de catástrofes e historia de amor

Titanic es ante todo un espectáculo realista y el fruto de esa obsesión de Cameron por rescatar el «buque de los sueños» que desafió a las fuerzas de la naturaleza con la perfección de su avanzada tecnología; y por reproducir, con la mayor verosimilitud posible, la tragedia que conmovió al mundo entero, en la que perdieron la vida 1.517 de 2.223 pasajeros y tripulantes.

No era la primera vez que se llevaba al cine. Catorce películas se han realizado sobre el barco, además de series de televisión y documentales. La primera, Salvada del Titanic, fue rodada en el buque gemelo Olympic un mes después del hundimiento, con Dorothy Gibson, actriz de cine mudo de poco éxito pero superviviente del naufragio, que no dudó en utilizar para el film las mismas ropas con las que se salvó.

En ese historia principal catastrofista de las últimas horas del Titanic, perfectamente documentada y ambientada y narrada con gran verosimilitud, está ensamblada con habilidad la trama amorosa de Jack y Rose, como nuevos Romeo y Julieta que desafían con la fuerza de su amor las leyes de la naturaleza y las normas sociales, a partes iguales.

Resulta poco creíble pero no importa. El espectador ya ha hecho desde el primer momento su pacto de lectura y sabe que el romance es fundamental para encarnar la tragedia y para no sucumbir ante el horror de los acontecimientos; y además encierra una moraleja tan previsible como necesaria: precisamos que las fuerzas del corazón gobiernen la creación poderosa de la razón humana.

La técnica sin la humanidad conduce al desastre. Reforzaban la tesis dos actores guapos que interpretaban bien sus papeles, mucho romanticismo concentrado -con algunos toques eróticos- y unos antagonistas repelentes. También están logrados -aunque de manera convencional- los saltos temporales (Rose contando la historia ya anciana a los buscadores de tesoros), y el recurso del diamante como objeto-metáfora de su corazón que relaciona y justifica todas las tramas.

My heart will go on

Y junto al argumento, la documentación, la fotografía y los efectos especiales. La música de James Horner, autor de más de cien bandas sonoras de películas, ganó el Oscar. Y My heart will go on fue mejor canción. Celine Dion estuvo 16 semanas encabezando el Billboard 200, la lista de los álbumes más vendidos en EE.UU. Vendió más de treinta millones de copias en todo el mundo. Visto el éxito, Horner compuso un segundo álbum, llamado Back to Titanic, que fue lanzado en agosto de 1998 y que mezcló material del disco anterior con otro nuevo.

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