Beethoven en el cine: tres pinceles cinematográficos
Sobre la figura de Beethoven se han realizado numerosas películas, el cine se ha sumado siempre al merecidísimo reconocimiento de la genialidad del compositor. Lo ha hecho mediante escenas musicales, algunas de ellas cargadas de gran emoción. El estreno de la Novena Sinfonía en 1824 ha sido la principal protagonista. Probablemente, entre otras, Copying Beethoven (Agnieszka Holland, 2006) sea la que otorgue mayor espectacularidad a ese momento tan memorable, y Amor inmortal (Bernard Rose, 1994) la que consiga arrancarnos algunas lágrimas.
En relación, sin embargo, con la personalidad del genio de Bonn, el séptimo arte generalmente ha ofrecido un retrato menos ajustado a la realidad. La amalgama de historia y ficción ha resultado en el olvido de aspectos importantes, en la exacerbación de sus características más negativas y en alguna que otra invención. No obstante, existen pinceles cinematográficos que, combinados en el lienzo, pueden aproximarnos al perfil psicológico real de Beethoven.
La recién estrenada Louis van Beethoven hace una apuesta arriesgada pero necesaria. Nos habla de la infancia y la adolescencia del compositor. Sin ser perfecta históricamente hablando, el filme nos lleva al tiempo y lugar donde comienza la formación de su carácter. Ahí descubrimos a un jovencito reservado, curioso, responsable con su familia, confiado en su talento y deseoso de aprender. Gracias a este largometraje dirigido y escrito por Niki Stein, podemos entender mejor sus relaciones familiares, de las que hablaría muy escasamente en su vida adulta. Además, conocemos a aquellas personas que enseguida creyeron en él, y que contribuyeron a su desarrollo personal y profesional. Culpables en parte también de la seguridad y el coraje que mostró al marcharse definitivamente a Viena, a emprender su camino y cumplir con su destino.
Eroica (Simon Cellan-Jones, 2003), de gran rigor histórico, integra con habilidad al Beethoven artista con el Beethoven hombre. Escoge un día muy concreto de la vida del compositor, lo que facilita profundizar en su carácter evitando distracciones. Beethoven, ya asentado en Viena, presentó su Tercera Sinfonía en el palacio de su mecenas, el príncipe Lobkowitz. Incansable, trataba de encontrar su personalidad artística, expandiendo los límites musicales hasta ese momento conocidos. Consciente de que era un artista, reclamaba ser tratado con el respeto que esto merecía. Su capacidad introspectiva le permitía reconocer su fuerte temperamento y su dificultad para conciliar con quien le criticaba o no le entendía. Este filme deja también espacio para presentarnos el lado más idealista de Beethoven, lo que le acarrearía numerosas decepciones. En tan solo unos minutos, pero con un diálogo magistralmente derivado de los archivos históricos, conocemos al hombre enamorado, que soñaba con burlar las convenciones sociales y así alcanzar su deseo de crear una familia. Es un tiempo en el que Beethoven recientemente había aceptado su pérdida de oído ya inevitable y cuya fortaleza y determinación habían dado como resultado esta imponente sinfonía a la que se sumarían un gran número de obras sorprendentes.
Para completar el lienzo, Beethoven lives upstairs (David Devine, 1992) esboza al genio en sus últimos años. Aunque ficticio y con errores históricos, este cortometraje nos sugiere una mirada más profunda y comprensiva hacia el compositor. Nos invita a reflexionar sobre el sufrimiento que Beethoven experimentó conforme su sordera se agravaba y cómo esto se reflejaba en algunas de sus acciones. Nos recuerda, especialmente en las escenas con Cristoph, la cara amable y sensible del genio. Ese buen corazón que, de hecho, quedó plasmado en su obra personal y musical, y, por supuesto, su sentido del humor, característica que, aun con todo, nunca se desvaneció.
Tres películas, tres pinceles cinematográficos que, con respeto y sensibilidad, dibujan al genio de Bonn cuyo mensaje de unidad, alegría y libertad continúa hoy tocando nuestros corazones.
Abigail Jareño
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