· Chazelle estudió Artes Visuales y la música le ha acompañado toda su vida. Sus tres películas cuentan con un corazón-motor musical que carbura con gran potencia y entusiasmo.
A rat-tat-tat on my heart
La tercera película del joven realizador Damien Chazelle ha triunfado allá por donde va debido a sus muchos logros artísticos. La La Land es el excelente resultado de un minucioso trabajo en equipo. El director dirige una orquesta que desborda pasión por el cine y la música, en las diversas relaciones entre ambas artes.
Se podrían elogiar las variadas facetas de la película, tantas como departamentos posee una producción cinematográfica. Basta comprobar la multitud de premios que ha recibido hasta llegar a los Oscar.
Aquí, toca ceñirse a la música, ganadora de dos Oscar, a la banda sonora y a la canción, City of Stars. Chazelle estudió Artes Visuales, pero la música le ha acompañado toda su vida, desde que en el instituto estudió batería. Este amor fue in crescendo. Solo una persona que aúna estas dos pasiones, hace tres películas con un corazón-motor musical que carbura con tanta potencia y entusiasmo.
El realizador tenía muy claro lo que quería en La La Land: un melodrama romántico con trazas de musical, «como los que me cautivaban de niño; pero puesto al día, moderno». Para ello, se rodeó de un grupo de colaboradores que ha resultado muy eficaz: los productores, los letristas, el productor ejecutivo musical, la coreógrafa… y sobre todo el compositor Justin Hurwitz, con quien trabaja por tercera vez consecutiva.
Clasicismo y modernidad van de la mano. Las coreografías de Mandy Moore aprovechan la escasa pericia de Ryan Gosling y Emma Stone, para que sus pasos de baile y su manera de cantar tengan el encanto de la credibilidad, ella es actriz, él pianista. Por tanto, es muy razonable que no sean Fred Astaire y Ginger Rogers, ambos bailarines excepcionales y en el caso de Astaire un excelente cantante. Quizás esa pasión, el entusiamo que transmite la película, se deba a que los protagonistas han aprendido a bailar, y en el caso de Gosling a tocar el piano de forma que no se le han doblado manos en ninguna escena al teclado.
Otro día
La apertura An another day of sun desborda originalidad y potencia. El atasco habitual en los accesos de LA se convierte en un billar donde cada conductor se transforma en una bola de color que se lanza al tapete para ir formado figuras, grupos, relaciones. Del sonido de cada vehículo se pasa a una melodía compartida que une progresivamente a los soñadores: primero una chica, luego un chico, luego el coro, creciendo, creyendo… se abre la persiana del camión, la percusión y el viento metal, afianzan el entusiasmo, vuelve la voz delgada de la chica y el coro estalla de gozo: es otro día de sol.
Suenan los claxon, hay que cerrar el sueño, volver al punto de partida, despertar, cada cual a su coche, pero afrontando un nuevo día con la energía de un sueño reparador: es la carroza de The Band Wagon, la grandiosa película de Minnelli, que aguarda a Tony Hunter y Gabrielle Gerard que han encontrado el amor bailando en la oscuridad de Central Park. Tony y Gaby se alejan en el coche de caballos, ya llevan las manos entrelazadas. Chazelle no copia, se inspira: su secuencia de apertura termina rotunda, de un portazo solidario, desbordante de entusiasmo y afán de aventura: créditos de la película a todo lo ancho, Cinemascope, La La Land.
Amor estacional
A partir de ahí, la historia de Mia y Sebastian avanza musicalmente con código estacional y no solo porque aparezcan los rótulos: es que vemos caer las hojas, sentimos el frío, llegan las flores y de pronto el calor. Someone in the Crowd, A Lovely Night, Herman Habit, City of Stars, Planetarium, Summer Montage, City Stars, Engagement Party, Audition y Epilogue. Es admirable cómo maneja Hurwitz los estribillos, los elementos de repetición, vitales en una película diseñada para que salgas del cine tatareando y deseando volver a ver la película o, al menos, revivivirla escuchando la historia en Spotify.
Y, como no podía ser de otra manera, La La Land habla del jazz, una de las pasiones musicales de Chazelle, que se convierte en jazz fusión muy al estilo de la música del clarinestista Benny Goodman. Sebastian es un caballero andante, cabalga contra los molinos con sus zapatos bicolores, el jazz no puede morir, Samba & Tapas no puede prevalecer. El piano es su instrumento y desde esa pureza le acompañan los violines, las trompetas y los saxos. El ejército sigue al caballero. Muy inteligente emocionalmente, la trama musicalizada de Chazelle y Hurwitz, una estupenda secuencia que funciona como un punto de giro cautivador: Sebastian descubre la magia del jazz a Mia, que entenderá de esa manera que Seb es un soñador como ella y que su local (su sueño) no puede llamarse Chicken & Jazz…
Cada estación del viaje cuenta con su propio leitmotiv. Hay una voz femenina y otra masculina, en las confidencias suenan las cuerdas graves y las agudas. Se cuentan sus sueños y los obstinatos crecen en espiral sin que se pierda la identidad de dos solitarios desengañados, viejos prematuros que se han redescubierto jóvenes, bailando sobre las estrellas.
Repeticiones y compendio
El leitmotiv funciona como eslabón: predispone y enlaza, creando simetrías: ella le cuenta a él su sueño; él la anima a escribir sus propias historias (de fondo, notas intimistas, interpretadas por cuerdas graves de guitarra). Cuando sea él quien le confiese a ella su quimera, al piano y los tonos agudos de guitarra le sigue su voz pausada y rota, cansada, que va tomando confianza junto al mar. La confianza que la mirada de Mia le ha dado. Se lucha mejor acompañado. Y la expresión musical de ese sentimiento es muy hábil.
Se comparten sueños y soñando nace el amor. El amor se hace con recuerdos, en forma de acordes. Los acordes que empujan a Mia a dejar el bar y dirigirse corriendo al encuentro de Seb, el mismo Seb y los mismos acordes que habían emocionado a Mia cuando entra en el bar en el que Seb toca antes de ser despedido y salir enojado ignorando a Mia. Es una estrategia que Benigni y Piovani usaron maravillosamente en La vida es bella.
El arriesgado epílogo compendia en sí todos los temas musicales que han aparecido. Comienza con el tema del amor, tocando él en su club de jazz. Y después del desarrollo de esta preciosa fantasía, donde participaron 30 bailarines con los protagonistas, en su gran último momento juntos, se vuelve al realismo del club, donde una mujer de negro acude a un entierro, donde un pianista toca para ella en un funeral donde se entierra el amor que fue contando cómo pudo haber sido, un amor que ya no será, o al menos no será de esa manera.
Un gesto de comprensión complice anuda la valentía de una película que sabe que las historias de amor más sublimes con frecuencia son trágicas. City Stars are you shining just for me?.
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