Carlos Villarías: Grandes olvidados del cine español
La película con la que Carlos Villarías logró una mayor popularidad fue Drácula, coprotagonizada por Lupita Tovar y producida por Universal, compañía a la que había sido «cedido» por Fox.
Uno de los grandes clásicos del cine, el Drácula que la Universal produjo a inicios de los años 30, celebra este año su 90 aniversario. Es un título que se asocia irremediablemente a su director, Tod Browning, y al actor que encarnó al célebre conde, y además en varias ocasiones, Bela Lugosi. Sin embargo, es mucho menos conocido que se rodó en paralelo, aprovechando las horas nocturnas, una versión en español que protagonizó Carlos Villarías.
Hijo de un general del ejército, nació en Córdoba el 7 de julio de 1892 pero residió en varias ciudades, como San Sebastián, donde aprendió a leer y escribir, o Valladolid, en la que concluyó el bachillerato. Su padre lo envió a París para que perfeccionase el francés, pero allí se encontró con un amigo español que le animó a que educase su voz y actuase en teatros. Tras dos años de preparación debutó como cantante de ópera. Se trasladó a Italia para ampliar sus conocimientos musicales y se presentó con una obra en Turín. Fue entonces cuando comenzó la I Guerra Mundial, que asoló buena parte de Europa, lo que, unido a una aventura amorosa, le hizo emprender un nuevo rumbo en su vida, en este caso con dirección a Estados Unidos. Cantó de nuevo ópera pero además amplió su repertorio al drama y la comedia; de hecho, uno de sus trabajos más destacados de esta etapa fue una opereta, Rose Marie, que llegaría a ser adaptada al cine años más tarde. Hizo vodeviles y rodó sus primeras películas en unos estudios improvisados al aire libre en los que había que recurrir a lonas para guarecerse de la lluvia así como para proteger el mobiliario y el equipo de filmación.
La mayoría eran películas de corta duración y cómicas, por las que le pagaban 20 dólares la semana, pero también participó en alguna producción más costeada. Gloria Swanson y John Barrymore fueron sus compañeros de reparto más destacados, mientras que Fred Niblo y el gran David W. Griffith figuraron entre quienes le dirigieron. Como recordaría el propio Carlos Villarías a la revista Cámara en mayo de 1949, cuando regresó a España, eran unos tiempos en los que “no había que estudiar el papel, porque como el cine era mudo, el director iba diciendo a los actores: «acércate a ella; cógele una mano; dile que la amas». Y los actores improvisaban el diálogo de acuerdo con la acción”.
Durante tres años recorrió América actuando en los escenarios hasta que en 1925 llegó a Los Angeles, que se estaba convirtiendo en la Meca del cine gracias a los estudios que empezaban a adquirir cada vez mayor peso. De hecho, a las pocas semanas le ofrecieron su primer papel. Tuvo la suerte, además, de ser testigo de la irrupción del sonoro al cine, lo que supuso nuevas oportunidades de trabajo dado que los estudios montaron equipos de habla castellana para explotar sus producciones en el mercado hispanoamericano. Como recordaba a la citada revista, intervino en la primera película en español, El cuerpo del delito. La Fox le contrató por 500 dólares semanales, pero apenas dos meses después su retribución ascendió a los 2.500 dólares por semana. Asimismo vio llegar a los compatriotas que iban siendo fichados por los estudios para estas versiones, como José López Rubio, Julio Peña, José Nieto, Edgar Neville y Jardiel Poncela, entre otros muchos. Durante esta etapa logró reunir una buena cantidad de dinero, que perdió cuando el banco donde lo tenía quebró con motivo del crack del 29.
La película con la que logró mayor popularidad fue Drácula, coprotagonizada por Lupita Tovar y producida por Universal, compañía a la que había sido “cedido”. Esta versión ha sido comparada lógicamente con la que dirigió Tod Browning y son muchas las voces que señalan que la realizada en español es mejor. En opinión de Román Gubern, la mayor duración de ésta (casi 30 minutos más) permite un mejor desarrollo de la trama. Pese a haber contado con menos días de rodaje y un presupuesto bastante menor, incluye más movimientos de cámara y más iluminación ambiental. Asimismo, se destaca una mayor carga erótica en el vestuario de Eva, Mina en la versión inglesa, que encarnó Lupita Tovar, y la interpretación del madrileño Pablo Álvarez Rubio, metido en la piel de Renfield, que se prestó a que una docena de ratas corretearan por su cuerpo y su cara durante el rodaje de una secuencia.
Carlos Villarías intervino en más películas después pero este título le persiguió de por vida (en la publicidad de El misterio del rostro pálido, estrenada cinco años después, se seguía destacando que había encarnado al célebre conde). Además, conservó la capa de Drácula, que le acompañó en su primer viaje a España casi 30 años después de su partida. Cuando las versiones en castellano llegaron a su fin (es especialmente recomendable la divertida Asegure a su mujer, con Jardiel Poncela de guionista y Conchita Montenegro de protagonista), decidió quedarse en Hollywood para rodar películas en inglés. No obstante, al igual que le ocurrió a Antonio Moreno (entre los primeros en contar con una estrella en Hollywood Boulevard), Villarías residió un tiempo en México. Le ofrecieron representar Drácula sobre los escenarios con gran éxito de público (más de 350 representaciones); participó en varias películas y además formó su propia compañía teatral. Recorrió varios países de América (Canadá, Cuba y República Dominicana, por ejemplo) e incluso algunos algunos de Europa, como Suecia y Noruega, con sus funciones, pero anhelaba trabajar en España, donde tuvo una trayectoria bastante testimonial. Finalmente regresó a Los Angeles, ciudad en la que falleció el 27 de abril de 1976.
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