Las primeras ceremonias de los Oscar
· Ceremonias Oscar: Aunque estos pioneros que los pusieron en marcha no necesitaron grandes artificios para empezar, en lo esencial han cambiado poco desde entonces.
Uno de los acontecimientos más esperados y comentados del año, en todo el mundo, es la ceremonia de entrega de los Oscar de Hollywood. Éstos se han convertido en sinónimo de espectáculo y glamour y son un referente tanto para el mundo de la moda como para otros eventos similares que podemos ver en Cannes, Venecia, Berlín o Madrid con ocasión de nuestros Goya.
Este hecho tan fabuloso empezó de una manera sencilla, casi artesanal, pero con el entusiasmo propio de unos pioneros entregados en cuerpo y alma al nuevo oficio cinematográfico que apenas contaba con tres décadas de vida. Corría el año 1927 y un grupo de aguerridos artistas se encuentra cenando en casa del productor Louis B. Mayer, uno de los fundadores de la MGM. Hablan de las dificultades de todo tipo con que tropieza la incipiente industria del cine y proponen la creación de una organización que englobe a trabajadores de todas las ramas artísticas y técnicas de la creación fílmica con el fin de protegerse y ayudarse a superar los diferentes problemas.
Fue así como una semana más tarde, el 11 de mayo de 1927, nacía oficialmente en el Hotel Ambassador de Los Angeles la Academy of Motion Picture Arts and Sciences (Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas). La formaban 36 miembros entre los que se encontraban actores como Mary Pickford, Harold Lloyd o Douglas Fairbanks -que sería el primer presidente-, directores como Cecil B. DeMille, Henry King o Raoul Walsh y productores como el propio Louis Meyer, Jack Warner o Irving Thalberg. También figuraron algunos técnicos, como Cedric Gibbons, uno de los más destacados directores artísticos de Hollywood, que fue precisamente el diseñador de la estatuilla que representa el premio más deseado del mundo del cine.
Merece la pena resaltar dos aspectos de este acontecimiento. Por un lado, la elección del nombre de “Academia” para la nueva organización evidencia un declarado interés por legitimar intelectualmente una actividad artística que para muchos, sobre todo en la costa Este, no pasaba de un vulgar espectáculo de feria. Y por otro, la diversidad de las ramas a las que pertenecían sus miembros, ya que demuestra la conciencia clara que ya por entonces tenían aquellos pioneros de que el cine es ante todo un arte colectivo y es preciso que cada profesional realice de la mejor manera su cometido para poder sacar adelante una película.
Ésa es la razón por la que pronto surgirá la idea de crear unos galardones al mérito con el fin de premiar el trabajo específico de los diferentes artistas y técnicos que intervienen en un rodaje. Un comité de siete personas se encargó de esa tarea y solo un par de años después tiene lugar la primera gala de entrega de los premios de la Academia, más conocidos como los Oscar.
Aunque estos pioneros que los pusieron en marcha no necesitaron grandes artificios para empezar, en lo esencial han cambiado poco desde entonces. La primera ceremonia no pudo ser más sencilla. El 16 de mayo de 1929, los promotores se reunieron en el Blossom Room del Hollywood Roosevelt Hotel de Los Angeles para celebrar un banquete amenizado con una orquesta durante la cual se entregarían los premios. Los invitados fueron alrededor de 270 y cada uno pagó unos cinco dólares por la cena. En un momento de la velada, Douglas Fairbanks, como presidente de la Academia, ejerció de anfitrión y fue llamando a los premiados entregándoles la estatuilla dorada.
La elección de los trabajos merecedores de distinción se hizo entre las películas estrenadas entre el 1 de agosto de 1927 y el 1 de agosto de 1928. No hubo ningún suspense ya que los galardones se les habían comunicado con tres meses de antelación. Tampoco hubo elocuentes discursos de agradecimiento excepto unas breves palabras de Darryl F. Zanuck al recoger el Premio Especial como productor de El cantor de jazz (1927), la primera película hablada de la historia del cine.
A diferencia de lo que pasaría en las galas siguientes, desconocemos el atuendo que llevó en esa ocasión Janet Gaynor, primera mujer en obtener el Oscar a la mejor actriz. Posteriormente se publicarían fotos de estudio de la artista con la estatuilla y otras en las que Fairbanks aparece entregándole el Oscar fuera de la ceremonia, con una Gaynor agradecida pero vestida con un atuendo deportivo, con falda tenis y un sencillo pullover como se estilaba en esos años 20 que estaban a punto de concluir.
El punto final de la gala lo pondría Al Johnson, el protagonista de El cantor de jazz, quien al acabar su actuación arrancaría las primeras risas en unos Oscar haciendo un comentario jocoso sobre Jack Warner. Luego los asistentes abandonaron la sala del banquete aunque muchos de ellos, como seguiría siendo costumbre, continuarían la fiesta en diferentes salas de baile. De esta manera tan sencilla, merecedora tan solo de un breve comentario en una radio local, empezaba el increíble espectáculo de los Oscar.
Ya al año siguiente, sus creadores, que empiezan a ser conscientes de la eficacia de la fiesta, harán lo posible por que el glamour tenga un mayor protagonismo. De entrada, 1930 contará con dos galas: una en primavera y otra en noviembre para poder incorporar así a los premios las últimas películas, ya habladas, que no habían llegado a la convocatoria de abril. Ambas se celebraron en el Hotel Ambassador (seguirán teniendo lugar en distintos hoteles, hasta 1944, cuando se vio la conveniencia, por el número de asistentes y las dimensiones del seguimiento, de trasladarlas mejor a teatros o auditorios con mayor aforo). Para la primera se escogió la Sala Coconut del Ambassador, habitual lugar de reunión de las estrellas de Hollywood.
El premio esta vez a la mejor actriz fue para Mary Pickford y esto trajo consigo la primera gran polémica en torno a los méritos de los premiados, ya que para muchos el hecho de que recibiera un Oscar de la Academia una de sus fundadoras resultaba, cuando menos, sospechoso. Lo cierto es que, a pesar de que en esta ocasión los galardonados no habían sido anunciados con antelación, la Pickford ya había encargado a París unos meses antes el vestido con el que recogería el premio. El atuendo en cuestión no podía ser más rutilante. Tenía el cuerpo ajustado y se remataba con una gran lazada en el frente, prendida con un broche de diamantes. Muy alejado ya de la silueta holgada de los años 20 y terminaba en una falda con volante al bies, enriquecida en el talle con un delicado bordado floral de pedrería. Llevaba además un collar de perlas de pequeño grosor con varias vueltas (parecido al que lució Juliette Binoche para la gala de 2001). El pelo continuaba corto, como en la década anterior, y peinado con ondas.
Los Oscar de noviembre de 1930 tuvieron como novedad el ser por primera vez retransmitidos en directo por radio y, a pesar de que nadie las vería, las mujeres que acudieron a la gala se esmeraron especialmente en su vestuario. La mejor actriz en esta ocasión fue Norma Shearer, quien acudió a recoger el premio con un elegante vestido creado por Adrian. El traje, que realzaba la esbelta silueta de Shearer, remataba sus mangas con una tira de visón. Cubría su brazo desnudo un brazalete de diamantes. El imparable glamour de los Oscar estaba en marcha.
Los años siguientes confirmarían la importancia del atuendo en la gala. El intérprete Frederich March, mejor actor de 1932 (empatado con Wallace Beery), llevó un esmoquin con cola de frac y solapas con ojales que sería adoptado como la indumentaria oficial masculina para las galas. No todos se sometían a ese dresscode, y las actrices con más personalidad demostraron en varias ocasiones que el glamour para ellas no era necesariamente una prioridad: Bette Davis, por ejemplo, acudió a recoger su premio en 1936 con un vestido más apropiado para un picnic que para la ceremonia, como un modo de mostrar su enfado por no haber obtenido el año anterior el Oscar que creía más que merecido. También causaría sorpresa Ingrid Bergman en 1945 cuando acudió a la entrega con el mismo traje que llevara el año anterior.
Conscientes de la repercusión que la indumentaria tenía para este evento, la Academia empezó a dar directrices concretas sobre ello. Como en 1940 las galas empezaron a filmarse como material documental, los directivos encarecieron a las actrices para que se tomaran en serio su vestimenta. Por el contrario, los años siguientes, durante el fragor de la Segunda Guerra Mundial, rogaron a las asistentes que moderaran el lujo de sus trajes para que su sobriedad fuese una muestra de apoyo a los combatientes y sus familias. Y cuando en 1953 se retransmitieron por primera vez en directo por televisión, pidieron a la gran Edith Head, la diseñadora de cabecera de Hitchcock, que vestía una media de 35 películas anuales para la Paramount, que supervisara el vestuario para evitar errores. Ese cuidado se extremó más aún, a partir de 1966, cuando dicha emisión empezó a realizarse en color.
En definitiva, para cuando la alfombra roja se desenrolló por primera vez en 1961, los pioneros ya habían hecho todo el trabajo y habían logrado colocar los premios de su Academia en lo más alto del ranking de espectáculos mundiales. Esperemos que en lo venidero, continúen o no las altas cotas de glamour, todo lo referido a estas ceremonias contribuya, ya que con ese fin nacieron, a que la magia del cine siga haciéndonos soñar en cualquier recóndita y sencilla sala de cine.