La hora de los valientes: Un buen Mercero

No se prodiga Antonio Mercero en el cine, pero de vez en cuando hace una escapadita, se acerca a la gran pantalla y nos da una sorpresa. Luego, conociéndole, seguramente retornará a sus cuarteles de invierno televisivos y volverá a cosechar audiencias millonarias. Mercero es un director de oficio que ha basado su carrera en el grupo familiar, y en el que se apoya para narrarnos su visión de la guerra civil. La hora de los valientes es un retrato más que notable de nuestra guerra pintado con claroscuros, y no como nos tenía acostumbrado el último cine español con una línea recta en la que se podía diferenciar claramente los buenos y los malos, lo blanco y lo negro. En La hora de los valientes la línea no está tan clara, casi se difumina, y los tonos son grises como lo fue la guerra y como lo son todas las guerras.

Gabino Diego interpreta a un empleado del Museo del Prado que, tras un bombardeo, se encuentra en poder de un autorretrato de Goya. La película no se centra tanto en la guerra en sí como en sus efectos, en las noches sin dormir, en las largas esperas en las colas de racionamiento. El personaje de Gabino Diego cruza las calles de Madrid con su problema moral, el de la devolución de su reliquia pictórica al pueblo, pero ese pueblo está demasiado preocupado en sobrevivir. Mercero acierta al poner su cámara en la frontera donde se juntan, pero a la vez se separan, el heroísmo y la traición, lo espiritual de lo corporal, allí donde confluyen los ideales con el estómago, y el arte con la supervivencia (que en cierta forma es otro arte).

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La guerra de Mercero es sangrienta, es una guerra donde la gente sufre, pero también se enamora, y ríe, y hasta de vez en cuando hay quien se marca un baile bajo los bombardeos. Mercero no entra a sus personajes con prejuicios, los trata con cariño, y eso nos hace sentirlos vivos bajo la mirada de un Goya que lo observa todo desde su autorretrato, y que ya sabía desde más de cien años antes lo que es una guerra.

Hay que apuntar también la perfecta dirección artística de Gil Parrondo, con dos Oscar a sus espaldas por Patton y Nicolás y Alejandro, recreando hasta el detalle un Madrid desolado por las bombas. Y la música de un Bingen Mendizábal que nos regala una de las mejores partituras del cine español de los últimos tiempos, con unos tonos épicos que colorean la vida de una familia española en tiempos de guerra.

Ficha Técnica

  • País: España, 1998
  • Fotografía: Jaume Peracaula
  • Música: Bingen Mendizábal
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Reseña
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Escritor de relatos de terror y misterio, y guionista de cine y televisión. Admirador de Ford, Kurosawa, Spielberg y Hitchcock, no necesariamente en este orden