Lupin: Un ladrón de guante blanco
La situación por la que pasan actualmente las salas de cine es, cuando menos, triste; pero, si algo tengo claro, es que este hecho ha desembocado en un mayor protagonismo de las plataformas digitales, que antes, en ocasiones, manteníamos con una cuota mensual que apenas amortizábamos por falta de tiempo en el hogar.
Esto ha cambiado de forma radical nuestros hábitos cinematográficos y, si durante la semana pensábamos en aquel título con el que íbamos a disfrutar en la gran pantalla el sábado por la tarde, ahora el pensamiento fluye en dirección a la televisión que tenemos en casa. Es curiosa la proliferación de plasmas de grandes dimensiones e incluso proyectores caseros para la elección de esa recomendación de algún amigo o familiar del que nos fiamos plenamente.
Este es el caso de Lupin, maravillosa recomendación que agradezco como el preciado regalo que fue, para el deleite de un fin de semana lluvioso.
La serie, perteneciente a la plataforma Netflix, está disponible en su primera temporada, pero con la promesa de volver en los días estivales con una segunda entrega.
El personaje -eje de la producción de la plataforma de streaming-, aunque se llame Lupin, no es Arsenio Lupin: se trata de un hombre llamado Assane Diop, que decide seguir los pasos del que fue creado por el escritor Maurice Leblanc (de nombre completo, Maurice-Marie-Émile Leblanc), nacido en Ruan en 1864.
Leblanc cursó estudios en diferentes ciudades europeas, dedicándose, en un principio, al negocio familiar y formándose, por imposición paterna, en leyes (como ocurrió con otros autores, como Tolstói, García Márquez, Kafka o Cernuda), sin dedicar su vida posterior al derecho, en un acto de reivindicar su verdadera vocación.
Tras fracasar como novelista, comienza su andadura en un periódico (Je suis tout), escribiendo, por encargo y a regañadientes, varias entregas de un personaje que debía parecerse a Sherlock Holmes, y que, sin saberlo, lo catapultaría a la fama. Su nombre era Arséne Lupin.
Dicha creación dio fruto durante veinticinco años, en los que escribió numerosos títulos de un personaje responsable de la invención del término que hacía referencia al nuevo tipo de delitos que se cometían a principios de los años veinte y cuya traducción llegó a nosotros como «Ladrón de guante blanco» (gentleman cambrioleur), o como dijo Jean Paul Sartre: «Cyrano de los bajos fondos».
En la serie, el personaje, aunque ladrón, consigue que el espectador empatice inmediatamente con él, ya que su finalidad es buscar la justicia y vengar la muerte de su padre.
Para colmo de bienes, la productora ha elegido un rostro del que todo el mundo se enamoró en 2011 con Intocable –Omar Sy-, y que vuelve a regalar su maravillosa sonrisa en cada capítulo.
En el plano antagonista, encontramos un apellido –Pellegrini– que lo acompaña como hilo conductor de sus fechorías.
No es la primera vez que Leblanc pone dicho personaje en manos del mundo audiovisual, de hecho, tenemos versiones para todos los gustos, incluso en el mundo de la animación japonesa.
Entre 1908 y 1914 se realizaron cuatro cortometrajes con dicha temática. En 1916, 1917 y 1923 fueron los primeros largometrajes y es en 1932, cuando una elegante película, de la mano de Jack Conway, cuenta una historia basada en la novela y que recibe su nombre.
George Fitzmaurice dirige en 1938 una versión en blanco y negro titulada Arséne Lupin returns, donde el famoso ladrón se ha reformado y ayuda a unos detectives a seguir la pista de un delincuente.
En 1944, con Enter Arsenio Lupin, se nos cuenta la historia de una rica joven que no es consciente de todo lo que posee, mientras una banda de ladrones están al acecho.
Las aventuras de Arsenio Lupin (1957), dirigida por Jacques Becker, narra cómo el káiser Guillermo de Alemania decide secuestrar a Lupin, para ver si puede encontrar el escondite de una importante joya que tiene en su poder.
En 1962, Eduard Molinaro dirige una historia sobre el hijo de Lupin, bajo el título de Arséne Lupin contre Arséne Lupin.
Poco más que mencionar en cuanto al mundo del celuloide, hasta que, en 2004, Jean Paul Salomé introduce rostros femeninos tan conocidos, como Eva Green y Kristin Scott Thomas, en una trama más destinada a contentar a un público joven y encaminada al steampunk.
En el plano televisivo, encontramos una miniserie de 1961, con guion de Narciso Ibáñez Serrador, basado en la novela de Leblanc, que formaba parte de un ciclo llamado Obras Maestras de la Intriga.
Entre los años 1971, 1973 y 1974 se emitió en Francia una versión, de enorme éxito, con la intervención de actores de la talla de Jean Paul Belmondo, y durante los años 80 y 90 otras dos dirigidas por François Dunoyer y Pascal Morelli, respectivamente.
Lo curioso es que la fama llegó con el mundo de la animación, que cautivó a un público infantil que, durante los años 90, disfrutaron de este talentoso personaje.
La historia estaba basada en un cómic manga, creado e ilustrado por Kasuhizo Kato -también conocido como Mokey Punch– y publicada en la revista japonesa Weekly Manga Action. Narraba las aventuras del nieto de Arsenio Lupin (de ahí su nombre, Lupin III) y fue llevada a las pantallas de la mano de los creadores del Studio Ghibli: Isao Takahata y Hayao Miyazaki. Aunque sus orígenes se remontan a 1967, no llegó a nuestro país hasta mucho más tarde.
Este estereotipo de ladrón, de corte elegante y en aras de ridiculizar al rico corrupto, está presente en multitud de películas, algunas de ellas basadas en novelas, donde se repite la búsqueda de la amabilidad de la visión del espectador, que se pone del lado del malo-bueno, para permitir que el justiciero haga su trabajo.
Un primer ejemplo sería Robin Hood, en sus múltiples versiones (me quedo con la de Errol Flynn), o el personaje de Thomas Crown, en sus dos manifestaciones cinematográficas encarnadas por Steve McQueen (1968) y Pierce Brosnan (1999). Continuaría con el glamour de Cary Grant, de la mano de Alfred Hitchcock, en Atrapa a un ladrón (1958), o la hilaridad que sigue produciendo La pantera rosa (1963), con el ingenio de Blake Edwards, y más recientemente, Ocean’s Eleven, junto a sus secuelas y su malograda versión femenina (Ocean’s 8).
No podemos olvidar cintas como Atraco perfecto (1956), de Stanley Kubrick, o la delicia de ver, bajo la dirección de William Wyler, a dos de los más elegantes actores de la época, como Peter O’Toole y Audrey Hepburn, en Cómo robar un millón y… (1966).
Curiosa la mezcla de magia y hurto en un filme de este mismo corte, que no dejó impasible al público (aunque algunos la tachen de fraude), ni con la primera entrega, ni con la saga: me refiero a Ahora me ves (2013) y su segunda entrega (2016).
Y para terminar, no se debe olvidar The Italian Job (1969), con Michael Caine, o su remake de 2003; poniendo puntos suspensivos por tantos otros títulos que me dejo en el tintero.
Aunque algunos tilden la serie de Netflix de poco original e incluso demasiado previsible, en ella encontramos un buen rato de entretenimiento sin elementos soeces y sin la búsqueda fácil de la mirada del espectador con escenas demasiado subidas de tono. Una serie para disfrutar y desviar, por un momento, la atención de la catástrofe a la que estamos diariamente sometidos por parte de los noticiarios.
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