El color púrpura

El color púrpura: Fallido remake

· Crítica de El color púrpura | Estreno 9 de febrero de 2024.
· La idea no es mala, pero el desarrollo es una astracanada de 2 horas y 21 minutos con rótulos que marcan el paso de los años.

No me gustó la película original de Spielberg, estrenada en 1985. Fue su primera incursión en el cine de temática más cruda. En buena medida, se explica mi disgusto porque el guion del holandés Menno Meyjes adaptaba con fidelidad la novela de Alice Walker, que me parece un panfleto: ganadora del Pulitzer, pero panfleto.

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Muchos años después, Spielberg y Quincy Jones se unen a Scott Sanders y Oprah Winfrey y deciden invertir 100 millones de dólares en un musical. Es el acarreo al cine de un espectáculo de Broadway que se representó por primera vez el 1 de diciembre de 2005, tuvo giras en 2007, 2010 y 2012 y luego revivió en 2015. Usaba el musical una versión de la novela de Walker con música y letras de Brenda Russell, Alee Willis y Stephen Bray para cantar la tremenda historia de Celie, victima de abusos por parte de su propio padre y entregada en matrimonio a un tipejo brutal que la separa de su hermana Nettie. Todo (casi todo) ocurre entre personas de raza negra, víctimas y verdugos. La idea no es mala, pero el desarrollo es una astracanada de 2 horas y 21 minutos con rótulos que marcan el paso de los años.

¿Dickensiano? No, Dickens es infinitamente mejor escritor que Walker y se acerca al costumbrismo y a las lacras de una sociedad enferma con mucha más inteligencia. El color púrpura tiene canciones pasables interpretadas con ese regodeo molesto de la diva que encarna una empalagosa Taraji P. Henson. Las pocas coreografías no pasan del aprobado. La historia es un culebrón mal contado por el ghanés Blitz Bazawule que no consigue que la película fluya, con un montaje realmente espantoso y una puesta en escena tan poco acertada que asombra que Spielberg haya pagado y aprobado semejante mediocridad. Los personajes son tan artificiales, que el bien y el mal se mueven siempre por la vía de lo grotesco. Y eso no hay trama o conflicto que lo resista.

Uno se pregunta para qué hacía falta hacer la película otra vez. Y la respuesta es contundente: porque así lo han querido y cada cual cuenta o recuenta lo que quiere, pagándolo de su bolsillo. Bien, ninguna objeción a esa libertad. Todas a una película mala de solemnidad.