El juego del calamar: Somos parte del show

Corea del Sur: un variopinto grupo de personas de muy distintos estratos sociales y a quienes solo les une estar ahogados por las deudas se presenta a una curiosa convocatoria para ganar un premio millonario. Cuando llegan allí se dan cuenta de que lo que se juegan es su propia vida en un entorno que recrea los juegos de su infancia, mientras otros -los VIPS– asisten al espectáculo.

A estas alturas la trama de El juego del calamar no le es desconocida a casi nadie, el reciente estreno de Netfix está siendo un auténtico fenómeno de audiencia a pesar de no traer nada nuevo, o quizá precisamente por eso. La atracción por los espectáculos de muerte es un fenómeno que nos viene de lejos, aunque eso sí la cultura en su evolución los ha ido desterrando. Si a esto le añadimos el hecho de que pocas cosas son más perturbadoras que ver mancillado el mundo de la infancia y sus juegos, tenemos ya los ingredientes perfectos para un espectáculo de masas atraídas por el morbo y la sangre.

- Anuncio -

El director y creador de la serie, Dong-hyuk Hwang, parte de una experiencia y una premisa, él mismo atravesó una situación de ahogo económico y fue ahí donde se planteó hasta dónde sería capaz de llegar para salir de ella. La respuesta es esta historia que busca reflexionar sobre la desigualdad, los límites de la supervivencia, el agresivo mundo de la competitividad y los instintos más básicos del ser humano, pero que sobre todo se queda en el morbo y en la bajeza que supone ver a un puñado de personas que, presas de la desesperación, aceptan ser tratadas como juguetes en manos de una pandilla de sádicos. La sensación de estar asistiendo a un terrible espectáculo, del que como espectadores somos cómplices, es constante durante toda la serie, aunque la trama mejora con el paso de los episodios gracias al desarrollo de algunos de sus personajes, en especial su protagonista Seong Gi-Hun, que permite extraer algunas dosis de humanidad. Todo un bálsamo en medio de tanta barbarie.

El director y creador de la serie, Dong-hyuk Hwang, parte de una experiencia y una premisa, él mismo atravesó una situación de ahogo económico y fue ahí donde se planteó hasta dónde sería capaz de llegar para salir de ella

No deja de resultar inquietante, y paradójico, el modo en el que esos VIPS que asisten al espectáculo son presentados: ataviados con grotescas máscaras de animales, frívolos, perturbados, inhumanos… cuando en el fondo son un retrato del espectador ya que ambos, ellos y nosotros, estamos asistiendo al mismo show. Show que parece condenarse en la historia pero que en resumidas cuentas es el que se presenta en pantalla con todo lujo de detalles, regodeándose incluso en aspectos innecesarios, como por ejemplo esas extracciones de órganos clandestinas en seres humanos que aún respiran. Su crudeza es sencillamente insoportable y plantea esa paradoja moral que mencionábamos antes: ¿reprobamos a los espectadores de un show al que nosotros mismos asistimos de manera gratuita?, ¿qué es lo que se busca con una representación tan violenta y descarnada? La respuesta podemos encontrarla en los elevados índices de audiencia que está alcanzando la serie y en la fascinación que está generando. El dinero, esa hucha con forma de cerdo que planea todo el rato sobre los jugadores animándoles a seguir jugando, es el trasunto que parece que justifica cualquier cosa en la realidad del mundo audiovisual y en las ficciones que crea. Pero, ¿todo vale en la gran pantalla?

A su favor hay que decir que los actores interpretan de manera creíble y convincente sus papeles, representando cada uno de ellos unos personajes fácilmente extrapolables a cualquier entorno competitivo. No hay duda de que fuerza a la reflexión sobre nuestra propia conducta y acerca de los valores sobre los que queremos levantar nuestras vidas. El retrato social que ofrece El juego del calamar es el de una sociedad tan hedonista como decadente, que recuerda a esa sociedad distópica retratada en la saga de Los Juegos del Hambre (Gary Ross, 2012), y también a Parásitos (Bong Joon-ho, 2019) en lo que tiene de denuncia social y retrato de la miseria que pueden albergar sociedades con grandes desigualdades económicas.

El dinero, esa hucha con forma de cerdo que planea todo el rato sobre los jugadores animándoles a seguir jugando, es el trasunto que parece que justifica cualquier cosa en la realidad del mundo audiovisual y en las ficciones que crea. Pero, ¿todo vale en la gran pantalla?

La estética y la técnica tampoco defraudan, como no podía ser menos en un espectáculo de este calibre: los juegos de color y luces que reconstruyen parques y guarderías de la infancia de manera siniestra (y que terminan por asemejarlos a campos de concentración), la chocante mezcla de sangre y colores pastel, la simplicidad de las formas geométricas frente al lujo sensual y abigarrado de los VIPS, la selección de la música y los precisos efectos sonoros… todo funciona, es espectacular, y al mismo tiempo todo está bañado por ese toque macabro que se encuentra en la génesis de la propia historia y que es el principal gancho para el espectador.

Dong-hyuk Hwang concibió la historia como un largometraje y han sido las exigencias de la producción -Netflix las que le llevaron a transformarla en una serie. Esto se nota en el ritmo desigual de los capítulos y en la lentitud de algunas de sus secuencias, que contrastan con la adrenalina mortal de otras.

Podemos concluir que la buena factura técnica y la cierta “redención” que quiere presentar el final de la historia exigen un precio demasiado alto y muy cuestionable, para los jugadores desde luego pero también para los espectadores. Formamos parte del show y también hemos de elegir si queremos o no participar del macabro juego que se ofrece, con todas sus consecuencias.

⇒ 10 películas sobre juegos

Ficha Técnica

  • País: Corea del Sur (Squid Game), 2021
  • Música: Jaeil Jung
  • Diseño de producción: Dong-hyuk H.
  • Duración: 1 temporada (9 capítulos de 60 minutos)
  • Emisión en España: Netflix (estreno 17.9.2021)
  • Público adecuado: +18 años (XV+)
Suscríbete a la revista FilaSiete