El asesinato de Liberty Valance

Apasionante estudio sobre una película en la que el expresionismo arrollador de John Ford se depura para lograr una perfección inolvidable que nos rompe el corazón y la cabeza

El hombre que mató a Liberty Valance (1962)
El hombre que mató a Liberty Valance (1962)

El asesinato de Liberty Valance

El asesinato de Liberty Valance | En 1962, cuando John Ford rueda El hombre que mató a Liberty Valance en los estudios Paramount de Hollywood, tiene 67 años y cuatro Oscar al mejor director (El delator, 1935 / Las uvas de la ira, 1940 / ¡Qué verde era mi valle!, 1941 / El hombre tranquilo, 1952).

La película se sitúa entre Dos cabalgan juntos (1961) y La conquista del Oeste (1962), en la que Ford se ocupa de un segmento titulado La Guerra Civil.

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Eduardo Torres-Dulce se acerca con El asesinato de Liberty Valance a la película de Ford a través de un ensayo muy elaborado en el que se van desentrañando los misterios de la poética del director norteamericano que, como es bien sabido, fue un hombre de extraordinaria cultura. De manera más precisa, podemos afirmar que fue un lector con una capacidad muy singular para atrapar historias y dialogar con ellas, para una vez soñadas, representarlas en un formato dramático que dominaba con maestría, el largometraje cinematográfico.

Torres-Dulce es, de algún modo, el hombre que supo esperar. Y sé que Eduardo -nos conocemos desde hace muchos años- estará de acuerdo. Porque la gestación de este libro no solo ha sido larga, sino que el autor ha sido consciente de que -de manera similar a la de su admirado director- había que esperar a estar de vuelta para escribir un libro tan sabio como el que nos ocupa. Hace falta mucha vida vivida y mucha vida vista y leída para escribir sobre Ford de esta manera.

El autor ha cumplido los 70 y no ha tenido prisa. Y ese dato es muy relevante. Porque Torres-Dulce no solo tiene una larga trayectoria profesional como jurista, fiscal y abogado. Su conocimiento del cine, como espectador primero y como crítico y escritor cinematográfico después, le permiten contemplar El hombre que mató a Liberty Valance con una experiencia y un temple que marcan el paisaje de un libro sobre cine que no encaja en los moldes habituales del estudio emotivo del mitómano de retórica florida. Tampoco estamos ante la monografía sesuda y forzadamente aséptica o frígida del académico que ordena pulcramente la documentación para fijar una interpretación canónica de la película estudiada.

La organización, la maquetación, la imaginería, la edición llamativamente exquisita del libro no son casuales: el autor está detrás, pidiendo esfuerzos y calidades que normalmente no se conceden en el mundo editorial relacionado con el cine. Una estética tan singular, la de un tipo de libro que ya no se hace, supone la estrategia de un escritor veterano que conoce el terreno y, por eso, sabe que sobre Ford se ha escrito mucho y bien.

Torres-Dulce cruza la frontera y entra en el territorio fordiano, que como todos los territorios artísticos son campos de sueños, con paso firme pero no arrogante. Lo hace con un discurso de intenso regusto oral que, en ocasiones, puede resultar farragoso y cumulativo: Torres-Dulce es mejor orador que escritor y cuando argumenta padece el «mal de los estrados». Antes se había acercado a la Trilogía de la Caballería de Ford en Jinetes en el Cielo (2011), con un tempo y una caja de herramientas distintas, pero con una escritura similar, con subordinaciones infinitas.

Las interpretaciones sobre The Man Who Shot Liberty Valance, las lecturas en plural de Torres-Dulce, que lleva 60 años viviendo esa película, resultan apasionantes: si el presente -cargado de pasado y preñado de futuro- es, por lo general, el tiempo verbal de los grandes maestros del cine; en esta película de Ford además de un talento descomunal hay algo muy especial, singular e íntimo.

De algún modo, cuando Ford lee el relato original de Dorothy Johnson (excelente decisión incluirlo en el libro), se da cuenta de que el recipiente -él mismo- es un hombre que llega a Shinbone y recibe una historia ajena que le es propia. Y por eso la moldea a su manera, con una emoción que no tiene voz para gritarle al mundo: soy un Autor, soy un Cineasta y un Poeta imprescindible. No. Ese no es Ford. Quienes lo amamos, no tenemos dudas al respecto.

Con algo que va más lejos que la erudición y el rigor intelectual que se llama sabiduría, Torres-Dulce explica que Ford cuenta lo que ocurre dentro y fuera de Tom Doniphon, Hallie y Rasom Stoddard con una humildad que desarma, con una profundidad que abruma. El autor permite acceder al Ford que encandila al neófito, al que seduce al cinéfilo, al que arrebata al especialista. Al Ford, en fin, que rejuvenece al que sirve de puente entre la modernidad y la tradición.

Se agradece la sustantividad del texto de Torres-Dulce porque hace falta conocer muy bien a Ford para comprender -y explicar de manera clara y distinta- que siempre fue un poeta que cuenta historias de hombres que habitan en el corazón de una mujer. Parece fácil lo que antes ha sido muy complicado, porque lo que no es complicado es falso, como bien nos recuerda Gómez Dávila.

En un ejercicio rápido, piense quien me lee en las mujeres de Ford. Y ya situado, considere que siempre son el motor del relato es sus poemas más logrados. A partir de esa clave, desde esa posición, la posibilidad de profundizar en esta constante de Ford -verdaderamente, el hombre que amaba a las mujeres– se abre a consideraciones apasionantes, que en el libro de Torres-Dulce se sistematizan por dos vías: la temporal y la espacial.

Solo así, el autor puede defender con encantadora sencillez que el hermanamiento entre Lordsburg-Tombstone-Shinbone se corresponde con el alma compartida de Ringo Kidd, Wyatt Earp y Tom Doniphon, de algún modo un mismo personaje en tres estadios vitales. O dicho de otro modo, los viajes físicos y espirituales de hombres que se forjan en unos amores difíciles que les obligan a una transformación. Dallas, Clementine Carter y Hallie Stoddard como catalizadoras.

Siempre me llamó la atención una expresión que usa Doniphon que no está presente en el relato de Dorothy M. Johnson (como no lo están Pompey y el bistec; Peabody y los Ericson). Pilgrim es el apelativo que el personaje que interpreta John Wayne le planta con sorna al abogado que ha recogido apaleado a la vera del camino de una diligencia que ha sido asaltada por Valance y sus secuaces.

Un peregrino -en el sentido netamente americano que maneja Ford– es un tipo que ha emprendido un camino porque le atrae un lugar que no sabe muy bien que le tiene reservado. Esa actitud, la del peregrino, me parece la mejor para leer con fruto este libro extraordinario sobre una película inmensa.

El asesinato de Liberty Valance
El asesinato de Liberty Valance

El asesinato de Liberty Valance
Eduardo Torres-Dulce
Hatari! (5ª edición). Madrid (2020)
408 páginas. 37 €

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